


MISIONEROS ENTRE LOS NIÑOS Todos los que trabajamos en el colegio caemos en la cuenta de que cada niño, cada adolescente, cada familia es un mundo. Cada uno tiene una historia, una cualidades, unos valores... cada uno un tesoro. Y así, bien podemos afirmar que en la variedad está el gusto. Pues mirando cara a cara a aquellos que confiáis en nosotros, vemos que cada rincón de nuestra escuela queda coloreado por la belleza de cada persona. La posibilidad de descubrir el tesoro de cada persona nos lleva a encontrar el sentido de nuestro hacer cotidiano. Conjugar la diversidad de situaciones que cada uno lleva dentro nos conduce a gozar de nuestra tarea educativa. El quehacer cotidiano se enriquece al poner entusiasmo por descubrir esos pequeños tesoros. La tarea educativa nos hace gozar de la misión que Dios ha puesto en nuestras manos. Más allá de pretender ser buenos profesionales de la educación, nos sentimos urgidos a ser testimonio de Aquel que quiso ‘dejad que los niños se acercasen a Él', de Aquel que insistió en ‘edificar nuestra casa sobre roca', de Aquel que mostró la necesidad de ‘podar los sarmientos secos para que luego den buen fruto', Aquel que tantas veces fue a la orilla del lago para “enseñar”.
Nuestro quehacer en el colegio quisiera ser presencia de una Iglesia que en el ámbito escolar no se queda esperando a que acudan a ella los que con interés buscan una educación en la fe. Una Iglesia que, a semejanza de Jesús, se siente llamada a salir de sí misma y a buscar el encuentro desde la cercanía con aquellos que confían en una educación que bebe de la Sabiduría mostrada por Aquel que apareció como Maestro. Josema, cmf.
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